Reseña

En la poesía de Leopoldo Castilla coexisten dos asombros: el que despiertan en el poeta las cosas y los seres del mundo –a los que acude a saciar su sed con ojos niños, cual si acabara de despuntar el primer día-, y el que suscita en el lector la manera nueva –en el mismo sentido primigenio, casi adánico- en que esos seres y cosas pueden ser cantados y contados, escuchados y dichos, pues el autor, dotado de un oído poético absoluto, tensa el lenguaje hasta posibilidades sorprendentes, no por la vía de la rebuscada experimentación formal sino por el más humilde (y eficaz) sendero del conocimiento de las palabras y sus secretas –y por esos siempre prodigiosas- contigüidades, complicidades y confluencias.