Reseña

Puede parecer que, dada la pandemia que acosa al planeta entero, se desee, se tema o se evada la idea de “fin de mundo”; es decir, el colapso de los modos en que habitábamos y entendíamos nuestras sociedades hasta hace poco. Sin embargo, la literatura permite, creo, preguntarnos por lo que “nos” pasa y ponerlo en un contexto sin angustia y sin respuestas (hermosa paradoja de lo vivo). Podemos preguntar cuánto de deseo hubo en el supuesto fin de mundo de 2012, basado en una muy mala lectura del calendario maya, por ejemplo; o indagar sobre cuánto hemos fantaseado con que el mal interrumpa de una vez sistemas tanto políticos como sociales, culturales, económicos que ya no funcionan. Como si, desde adentro, fuera poco lo que se quiere/puede cambiar y, por lo tanto, esperásemos una irrupción de fuerzas mayores que hagan el trabajo sucio (¿o de limpieza?).
¿Qué es lo que pasó o qué cadena de hechos ha vuelto el mundo un espacio de eterno postapocalipsis? Las imágenes y narraciones que repasamos, a modo de casos ilustrativos, desmiente una esperanza de recomienzo. Si bien subyace un espíritu que anhela otro mundo y evalúa al actual como decadente, caído, agotado, viviendo en su propia agonía, podríamos estar frente a subjetividades que se sitúan en el límite de la lucidez, una que, paradójicamente, les dará lugar mientras se el sistema las va quitando de la escena.