Reseña

Al protagonista de esta historia un viaje le cambia la vida, pero no se trata de un largo trayecto hacia lugares desconocidos, sino de los 38 kilómetros que separan a la localidad de La Bélgica de la ciudad de Santa Cruz. Es finales de los 90, acaba de graduarse del colegio, su padre ha sido despedido del ingenio azucarero donde trabajó durante años y debe mudarse junto a su familia a esa ciudad supuestamente próspera y pujante. Las lecciones que aprende en su travesía son simples y duras: la ciudad que le toca habitar no se parece en nada a su brillante máscara, el nuevo siglo y su nueva vida son un polvoriento callejón sin salida y su rutina anterior -de amigos, partidos de fútbol y juergas- ha quedado atrás para siempre. El viaje también es temporal: la relativa cercanía entre La Bélgica y Santa Cruz es desmentida por el hecho de que ambos espacios parecen gravitar en épocas distintas. De ahí que el relato de las desventuras de Beto Suárez en esa ciudad hostil esté anclado en los recuerdos y la historia del origen perdido: la fundación del pueblo, la fabulosa y ya lejana prosperidad, el escenario épico del campo de fútbol, las historias que se contaban en las cocinas de las casas o alrededor de las botellas después de los partidos. Las páginas de esta novela breve están cargadas de intensidad y humor despiadado. Sus héroes ingenuos intentan alzar la cabeza, pero la Historia no cuenta con ellos. Como en sus dos anteriores libros –“Génesis 4:12” y “Los fantasmas del sábado”- Adhemar Manjón corre los velos de una modernidad que se sostiene sobre un armazón endeble y corroído.
Antonio Vera