Reseña

En los pueblos de nuestra tierra, hay silencios que hablan, rituales que curan y memorias que no se olvidan. Este libro nace de ese silencio profundo que habita en los cerros, en las casas de adobe, en las miradas de las abuelas, y en las historias que aún hoy se cuentan al calor del té o al abrigo de una manta.
Los relatos que aquí se presentan no buscan deslumbrar con grandes hazañas, sino conmover con lo más sencillo: el amor que persiste, la fe de los pueblos, el miedo al olvido y la fuerza de las tradiciones que sobreviven, incluso cuando todo parece desmoronarse.
Matilde, con su alma rota pero firme, nos recuerda que el amor verdadero no conoce fronteras, ni siquiera las de la muerte. Josefa, por su parte, encarna el valor de enseñar en medio de la ignorancia, y nos habla del precio que muchas veces se paga por encender la luz en medio de la oscuridad.
Ambas historias, aunque distintas en forma, se entrelazan en el fondo. Hablan del alma andina, de la conexión con los que partieron, de los ritos que nos anclan a la vida y del sol —ese mismo sol que puede calentar o desaparecer, pero nunca deja de significar.

Este libro es un pequeño homenaje a esas historias que no se enseñan en las escuelas, pero que viven en cada ofrenda, en cada eclipse, en cada retorno. Porque mientras existan quienes las recuerden, los que partieron nunca estarán del todo lejos.
Que este libro abrace tu corazón como lo haría una abuela, con palabras sencillas y verdades profundas. Que sus páginas te inviten a mirar hacia adentro, hacia atrás y hacia lo alto.
Porque hay historias que no deben olvidarse.