Reseña

En El líquido propicio, el autor propone un lenguaje que se empapa constantemente de los sutiles condimentos de la cotidianidad, y desde ahí escarba la mirada del mundo y de su enigmático abanico: el tiempo. Y es que nuestra domestica existencia no es ajena a las secretas vibraciones del indescifrable pasado, ni a los infinitos sueños preñados por el futuro, pues como sabemos nuestro cosmos tiene millones de años, pero esos millones de años no han transcurrido de otra forma que no sea segundo tras segundo, instante tras instante; certeza que nos permite intuir que lo eterno no se esconde en lo trascendental, ni en lo magnánimo, ni en lo extraordinario. Lo eterno está en la cotidianidad, en la vacuidad de sus rituales y en el sopor de sus repetidas sensaciones.